miércoles, 28 de marzo de 2007

"¡México! ¡México!"

Acabo de estar en el Abierto Mexicano de Tenis -pocamadre, por cierto- y, mientras escuchaba al público apoyar al grito de "¡México! ¡México!" a los tenistas mexicanos (quienes entraron con wild card o jamás habrían tenido chance de participar), yo estaba atacadísima! Y no porque no ame a México, sino porque eso no era la Copa Davis donde el torneo sí se disputa entre equipos y por país!

De ningún modo esos tenistas habían sido investidos como representantes del pueblo por el gobierno mexicano y yo no me sentía representada por ellos -la sola idea me parecía absurda!- Pues si bien me dio gusto que Melissa Torres pasara 2 rondas, eso fue simpatía y no ganas de agandallarme su gloria personal al haberse medido de tú a tú con tenistas 400 lugares por encima de ella!

Atacada como estaba cada que escuchaba a la gente gritar "México" en vez del nombre del tenista en turno (por cierto, todos menos Melissa se quedaron, como cabía esperar, en la primera ronda), la única lectura que pude darle a ese fenómeno tan recurrente en el público mexicano -pues sucede en todo tipo de espectáculos, desde el Abierto Mexicano de Tenis hasta la Entrega de los Oscares- es que, como pueblo, tenemos una sed tan grande de HÉROES NACIONALES que nos aferramos a cualquiera que pudiera representar nuestros sueños y encarne la esperanza de subsanar todas nuestras carencias de identidad cultural.
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